Si nos atenemos al diccionario, se define al ser humano como “un ser representativo o susceptible de las simpatías y debilidades de la naturaleza humana”. En la película El Hombre Bicentenario de 1999 se plantea la cuestión original propuesta por Isaac Asimov de lo que define a la condición humana y lo que distingue al hombre por encima de las máquinas.

En el filme es el año 2005. Nos presenta a Andrew, un androide destinado a completar las tareas diarias que las personas no pueden realizar por comodidad o falta de tiempo. Cocina, limpieza, mantenimiento, etc. Andrew es interpretado maravillosamente por Robin Williams y se encarga precisamente de convencer a la audiencia de que es más que un robot. Llevando su caso a través de un viaje de introspección hacia el reconocimiento como parte de la población.

El eje principal de la historia

La adición de Andrew a la familia Martin empieza un poco difícil al principio y es particularmente dura para el hijo mayor de la familia. Es a raíz de estos roces que se descubre que Andrew puede percibir e interpretar las emociones y responder a ellas de la misma manera. Algo definitivamente insólito en una máquina programada para realizar determinadas tareas. Con el tiempo, el padre de familia observa ciertos destellos de inteligencia emocional en Andrew y, ante la sorpresa, lo lleva de vuelta al fabricante para averiguar la razón. La empresa considera este matiz como un defecto en la programación de Andrew y ofrece intercambiar el producto por uno nuevo. A lo que el Sr. Martin se niega en rotundo y elige conservar a Andrew como lo que realmente es.

En El Hombre Bicentenario, el viaje de Andrew inicia como mero robot de asistencia que avanza hacia su propia libertad y hacia el deseo de encontrar su propia identidad humana. Poco después encuentra un doctor experto en biotecnología con el que logra adaptar su cuerpo mecánico en orgánico, cambiando su apariencia por completo. Es en esta etapa de su vida cuando se enfrenta a su mayor reto, que el mundo lo reconozca y acepte por lo que él siente que es y no por lo que los demás creen que debería ser. No es sino hasta doscientos años más tarde, en su lecho de muerte, que alcanza su objetivo y es declarado el primer humano que nació siendo robot.

Escena de la película
Escena de la película
Fuente de la imagen: Columbia Pictures

El planteamiento filosófico de ‘El hombre Bicentenario’

Volviendo a la pregunta inicial, entonces, ¿qué significa ser humano?

¿Serán las funciones biológicas del cuerpo que nos hacen envejecer y finalmente morir? Si a las máquinas se les otorgan todos los sistemas y emociones que poseen las personas, ¿se convierten en humanos? ¿O simplemente en una máquina inmortal mejorada?

El Hombre Bicentenario lleva al espectador a través de todas estas cuestiones que desafían en muchos sentidos los preceptos filosóficos inicialmente preconcebidos. Son preguntas difíciles de responder, sobre todo porque es difícil aseverar con contundencia una máxima que aplique a todos los casos, porque ningún caso es el mismo. Los conceptos de identidad y la libertad que se asocia directamente, están en boca de todos últimamente. Y las líneas que separan la libertad individual, de la exigencia por la aceptación externa y hasta la absurda exigencia de uno por la identidad ajena, son extremadamente difusas. Quizá las reflexiones no atengan tanto a la filosofía sino a la moral, al derecho que tienen todos por auto concebirse. Y al derecho que tienen todos por no ser molestados, sin molestar a nadie.

COMPARTIR: