Algunas de las prácticas que demuestran la evolución de una civilización son el arte y las costumbres mortuorias como rendir honor a los fallecidos. A lo largo de la historia, ambos elementos se conjugaron para dar respuesta a necesidades religiosas y filosóficas. Como un acto entre lo terrenal y lo místico bajo un concepto de la muerte más aceptado de lo que incluso es ahora. Durante la época victoriana, cuando empezó a difundirse el daguerrotipo frente al retrato en pintura, surgió la fotografía post mortem. Un trabajo que a nuestros ojos de hoy resultaría aterrador, pero que en su momento tenía serias implicaciones existenciales y morales. Y un objetivo único de preservar e inmortalizar la importancia de una imagen.

Los retratos ‘memento mori’ antes de la fotografía

En antiguas culturas, la muerte se concebía como una fase más de la existencia, como algo inevitable a lo que no hay por qué tener miedo. Un hecho con el que se convivía con más naturalidad, teniendo en cuenta la corta esperanza de vida de entonces.

Las civilizaciones del Mediterráneo, así como las prehispánicas en América, tenían sus procedimientos y prácticas fúnebres bien definidas.

Durante el Renacimiento en Europa, era habitual retratar a los muertos para recordarlos, especialmente a niños y religiosos. En aquel momento de tanta trascendencia artística, se buscaba preservar la imagen de pureza del difunto, alejándose de cualquier atisbo de vanidad. Se le llamaba memento mori, que en latín significa «recuerda la muerte». Todo un concepto existencial que nos dejaría divagando por horas.

Cuando se inventó la fotografía y comenzó a democratizarse en el siglo XIX, la misma práctica con los difuntos se incluyó en este arte, llevando a la fotografía post mortem.

Fotografía post mortem de una joven fallecida con sus padres
Fotografía post mortem de una joven fallecida con sus padres
Fuente de la imagen: Wikipedia

La inmortalidad de la fotografía post mortem

La primera fotografía post mortem data de agosto de 1839. La técnica que se trabajaba buscaba inmortalizar una escena embelleciéndola lo máximo posible. Eliminando la crudeza de la muerte y mejorando la estética para dejar un bonito recuerdo. La escenografía se preparaba para simular vida, para simular estar dormido o no simular nada, en función de lo que buscase la familia.

Se utilizaban varios artilugios para modificar y mantener la postura de los cuerpos. Dada la larga exposición de la toma fotográfica, esto conllevaba evidentes problemas y complicaciones.

Las imágenes más comunes de la fotografía post mortem muestran momentos cotidianos. Difuntos compartiendo mesa con los vivos, bebés en el regazo de sus padres, abuelos vestidos con sus mejores trajes, etc. Al mismo tiempo, los vivos que posaban junto a ellos lo hacían solemnemente, sin mostrar emociones en su rostro ni siquiera del dolor por la pérdida.

El avance de la fotografía a principios del siglo XX también trajo algunas adaptaciones en esta técnica. Nuevos ángulos, desenfoques selectivos, primeros planos e incluso edición posterior.

La tarea logró profesionalizarse, habiendo fotógrafos que ofrecían sus servicios exclusivos trabajando a domicilio. La fotografía todavía era entonces una práctica de lujo que se realizaba pocas veces en la vida y una vez, también, después de la muerte.

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