La cama celestial fue un invento creado por el británico James Graham en la década de 1780, egresado de la Universidad de Edimburgo. Entre sus muchos desarrollos, la cama celestial era el más ambicioso. Un artefacto para dormir de grandes dimensiones, rodeado de luces, espejos y otros artilugios que supuestamente curaban desde la infertilidad hasta la disfunción eréctil.

La cama celestial de James Graham

Unos se referían a él como “empresario”, mientras otros lo llamaban “loco”. Pero todos parecían coincidir en que sus intentos por crear un Londres más saludable y feliz eran reales. Nació en 1745 y, aunque destacó como escritor y conferencista, hoy se le recuerda por desarrollar uno de los dispositivos de fertilidad más peculiares de la historia.

La cama celestial no era otra cosa que un mueble de 3 metros de ancho por 3.5 de largo. Pero el hombre la promovió como una solución vanguardista para todos aquellos matrimonios que no podían tener descendencia.

Después de casi tres siglos no se conservan muchos detalles acerca de la supuesta terapia de la cama celestial, pero existen varias descripciones interesantes. La más popular es que estaba cubierta con un “domo celestial” sobre el se colocaba una gran cantidad de incienso, especias y sustancias místicas que ayudaban, según su creador, en el proceso de concepción.

Las descripciones del artefacto

Sobre del domo se encontraban imágenes de Psique, Eros e Himeneo, dioses griegos relacionados con el matrimonio y el amor. En el lugar también se encontraban columnas cubiertas con vidrios de colores, espejos, pinturas eróticas, música de órgano y luces intermitentes. Supuestamente, la cama podía inclinarse en cualquier ángulo que se considerara más apropiado para la fertilización.

Empleaban paja nueva de trigo o avena, flores de lavanda, pétalos de rosa y crines de caballos sementales.

Hasta ahí llegan las descripciones más confiables, pero entonces circulaban rumores de que el aire de la habitación contenía diversas sustancias. Además de perfume, decían que James Graham liberaba óxido nitroso en el recinto. El famoso gas de la risa que, además de efecto anestésico, posee propiedades disociativas.

La terapia era costosa. Una noche en la cama celestial requería prescindir de 50 libras esterlinas, unos 500 euros hoy en día.

Boceto de la cama celestial creado por Tim Hunkin a partir de las descripciones
Boceto de la cama celestial creado por Tim Hunkin a partir de las descripciones
Fuente de la imagen: Tim Hunkin

La inspiración para la cama celestial

La idea para este concepto surgió tras un viaje de James Graham a los Estados Unidos. En su estancia recopiló diversas ideas sobre alquimia, magnetismo, electricidad y curas novedosas. Al regresar a Inglaterra, se dedicó a explorar la creciente tendencia de las clínicas y curas. Evidentemente, la cama celestial se convirtió en la parte central de todas sus terapias. Y le iba tan bien en el negocio, que inauguró varios centros para atender a los londinenses.

A estos “oasis de la salud” acudían personas con toda clase de enfermedades y dolencias. Sentían especial fascinación por lo que Graham denominó Éter Eléctrico. Hasta donde se sabe, el término refería a la concentración de los poderes elementales de la naturaleza e influencias vivificantes. Decía que el Éter Eléctrico se acumulaba justo detrás de sus ojos, al nivel de las sienes, en forma de electricidad. Con esto aseguraba curar toda clase de enfermedades. 

El fin de James Graham

Pese a toda la variedad de curas para múltiples enfermedades y su enorme popularidad, James Graham cayó en desgracia financiera en 1784. Aunque dos años después resurgió de las cenizas con otra cura vanguardista que lo puso nuevamente en el foco mediático.

En 1786 ya ofrecía ponencias sobre los beneficios de darse “baños de tierra”. Para no hacer el cuento más largo, afirmaba que al enterrarse hasta el cuello los poderes de la Tierra purificaban el organismo. Generalmente, él mismo se daba un baño de tierra durante estas conferencias. Pero paulatinamente el público perdió el interés.

Finalmente, regresó a Edimburgo y murió en 1794 tras ayunar durante un buen tiempo. Un año antes de morir publicó un libro titulado Un nuevo y curioso tratado sobre la naturaleza y los efectos de la tierra, agua y aire, aplicados al cuerpo humano, Cómo vivir durante semanas, meses o años, sin comer nada en absoluto. Lo cual hace bastante irónica su partida.

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