Los seres humanos somos cotillas por naturaleza. Aunque con el tiempo el chisme terminara convirtiéndose en lo que algunos llaman guilty pleasure o «gusto culposo» y más de uno lo niegue fervientemente, a todos nos gusta el cotilleo.

Si esto no fuera así, no existirían los tabloides desde tiempos inmemoriales, allá por la creación de la prensa y los magazines. Tampoco existirían la inmensa cantidad de programas televisivos que destinan su escaleta a la vida de los famosos y las celebrities. El caso es que la gente los lee, los ve y encumbran sus audiencias a niveles estratosféricos. Porque admitámoslo, nos encanta el chisme.

Cierto es que últimamente el cotilleo sano se fue volviendo algo frívolo y escandaloso. Pero cuanto más gordo sea el chisme, más revuelo genera. ¿Por qué nos empeñamos en negar la mayor y taparnos los ojos? Eso sí, los oídos los dejamos bien abiertos por si se acaba comentando algo, ¿verdad?.

Es tan común este fenómeno, esta característica social, que la ciencia ya hizo su trabajo para darle explicación. Resulta que este interés por las vidas ajenas forma parte de nuestra naturaleza por adaptación evolutiva. En tiempos de la Prehistoria, aquellos que sabían sobre los demás tenían más probabilidad de sobrevivir y prosperar. Si nos paramos a pensar en esto le encontramos todo el sentido. Si yo sé que mi vecino ha tenido algún accidente por hacer alguna cosa, yo trato de evitarlo y aplicar esa información a mi favor. Ahora, lo que ha sido en su momento una herramienta de supervivencia de la especie, ha sobrepasado los límites incluso de la legalidad a día de hoy.

Los chismes suelen tener connotaciones negativas cuando quien extiende los rumores lo hacen malintencionadamente. Esto sucede, sí, y mucho. Es ahí donde entran conceptos jurídicos actuales como el derecho a la intimidad, al honor y también la liberta de expresión. A saber la cantidad de conflictos legales en fase de espera por estos asuntos.

Pero según la ciencia, solo en torno al 15% de las conversaciones chismosas implican juicios negativos. Y aunque los cotillas estén estereotipados como algo maleducado, vulgar e incluso exclusivo de las mujeres, nada más lejos de la realidad. Todos lo hacemos.

Y lo hacemos porque contribuye a establecer y reforzar las relaciones sociales. Complementa los vínculos de confianza entre las personas al compartir información con cierto grado de confidencialidad. Y en el buen sentido, brinda oportunidades para el aprendizaje. Incluso los chismes negativos son útiles para mejorar el comportamiento de las personas, la conducta moral y los preceptos de la convivencia en sociedad.

Como todo en la vida, el chisme en exceso es malo. Sobre todo cuando dejamos entrar las envidias, los rencores y la rabia. Pero dejando de lado nuestro perfil malvado, no podemos negar nuestra propia naturaleza cotilla.

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