Dice el diccionario que la experiencia es el conjunto de conocimientos de vida que se adquieren con el tiempo y la práctica. Las habilidades y la maestría acumulada tras muchos capítulos de nuestra historia. Qué bonita metáfora la del anciano y sus arrugas. Su sabiduría y sus recuerdos, que están ahí para mostrar lo mucho que nos queda por ver.

Qué bonito escuchar las anécdotas, casi todas chistosas, aunque tiempos pasados siempre fueron más duros. Recibir los consejos que al final desoímos por testarudos. Y recordarlos después, lamentándonos por nuestro orgullo.

Pero aunque sea el tiempo quien garantiza estos aprendizajes y lecciones, la experiencia puede llegar a horas intempestivas. Según quién hable y quién opine. Algunas son almas viejas, dicen, que tienen cierto nivel de erudito experto. Que saben diferenciar entre las cosas importantes, priorizar lo duradero de lo efímero. Lo que vale más que el propio valor que le damos.

Que al margen de si saben cerrar negociaciones o no, saben firmar y cumplir pactos de vida. Pueden mirarse al espejo con honor y orgullo, sabiendo que nunca se han traicionado ni vendido al mejor postor. La gente de principios, de convicciones y finales. De determinación, decisiones y cordura. Los que analizan profundamente, sopesan posibilidades y se adelantan a todos los futuribles. Los que toman al pie de la letra su voluntad, la suya primero, y la mantienen más tarde con arrojo y postura.

Sabios que no engañan ni se engañan. Honestos justos y rectos. Que conocen el significado de reciprocidad, de balance y equilibrio. De correspondencia, lealtad y respeto. De amor.

Los que transpiran sensaciones invaluables, deseadas por casi todos y comprendidas por casi ninguno. Los que se guían por lo que trasciende, apartando monedas de oro para rescatar la esencia que queda al final.

Es la experiencia la que enseña estos menesteres. Estos asuntos de vida y muerte. En algunos casos, de muerte en vida. Cuando el expertise llega tarde o ni tan siquiera llega, la felicidad no es más que una ilusión irrisoria. Un engaño del espejo, una realidad paralela.

Cuando admitimos la derrota y aceptamos el peso de la experiencia, entonces sí, nos hacemos libres. Nos hacemos sabios y felices.

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