Desde tiempos inmemoriales, el mar ha sido siempre un lugar lleno de mitos y leyendas. Un vasto espacio azul e infinito que alberga toda clase de misterios y temores, sobre todo el inmenso respeto de aquellos que pasan parte de su vida entera en él. Cuando el hombre botó su primera embarcación al agua y comenzó a explorar los lindes de la tierra, fue descubriendo un sinfín de realidades hasta el momento inimaginables. Refugiándose en las supersticiones y en las creencias más antiguas, para aferrarse a un control que no era suyo.

A lo largo de la historia, los grandes navegantes, los exploradores del mundo, las armadas y otros ejércitos del mar y hasta los mismos pescadores, fueron abrazando deidades, santos patronos, historias mitológicas, criaturas marinas, islas legendarias, barcos fantasma y todo tipo de tradiciones, con el fin alentar su buena suerte al despegarse de tierra firme.

Desde entonces, leyendas sobre la eternidad, el perderse en el océano y la muerte en alta mar forman parte del imaginario colectivo, como cualquier otra historia de terror. Historias que siguen siendo muy reales para todos los que viven abordo de un navío, los que creen en las supersticiones del mar.

La construcción del barco y sus supersticiones

Los pensamientos de buena suerte y las supersticiones surgen desde que el mismo barco empieza a construirse. Ante las duras condiciones de la vida en el mar, estas creencias suponen un refugio psicológico para los marineros, siempre conscientes de los peligros a los que se exponen cuando cruzan ciertos límites de mar abierto.

Al fin y al cabo, el barco es lo único que los separa de la inmensidad del océano, con todo su infinito y temible contenido. Desde los tiempos antiguos, incluso las buenas prácticas supersticiosas evitaban la ira de los dioses y garantizaban el favor del clima. La ausencia de tormentas y mareas peligrosas, para llegar al puerto sanos y salvos.

En la construcción de un barco, los armadores colocaban una moneda de plata bajo el palo mayor de una fragata. En los buques de guerra, la moneda iba en la quilla. Para muchos, como un símbolo de pago precautorio a Caronte, el barquero del infierno en la mitología griega.

Supersticiones en la construcción del barco

Uno de los elementos más característicos y asociados a una protección mística del navío es el mascarón de proa. En un inicio, este ornamento se construía en el interior del barco, con una intención religiosa. Más tarde, se definió como una talla de madera externa con un significado totémico de algún animal o deidad marina. A partir del siglo XIX se popularizó la figura femenina con la creencia de que esta imagen apaciguaba la ferocidad del mar. Si el barco resultaba hundido, a la figura se le debía cortar la cabeza para que no volviera a usarse nunca más.

El nombramiento y el bautizo del barco

Cada barco recibe un nombre, y de esta elección dependía en parte, según las creencias, que fuera bienaventurado. Con el nombre se le atribuye una personalidad, como si fueran humanizados, y hasta se les asignaba, a veces, buena o mala suerte. Los más afortunados gozaban siempre de tiempo favorable. Incluso de toparse a la deriva con objetos causalmente necesarios para la tripulación. Los menos, en cambio, estarían condenados a las tormentas, los vientos huracanados, los infortunios y el hundimiento.

Los nombres jamás debían relacionarse con elementos peligrosos, como el fuego, los relámpagos o la tempestad. Ni podrían cambiarse nunca una vez fueran asignados.

Cuando un barco era botado por primera vez, se celebraba y se celebra como el bautizo. Una liturgia simbólica muy importante en la que se rompe una botella de champagne contra el casco, en ofrenda a los dioses del mar. Antiguamente, se vertía vino sobre la cubierta; y los vikingos derramaban sangre de algún prisionero.

Amuletos de buena suerte y el mal augurio del marinero

Como bien reza el refranero, «en martes, ni te cases ni te embarques». Las fechas seleccionadas para zarpar nunca eran azarosas. En cada tiempo y en cada civilización había días nefastos, jamás elegidos, por las supersticiones.

Tempestad

Los ingleses, por ejemplo, nunca salían los viernes, el primer lunes de abril, el segundo lunes de agosto o el 31 de diciembre. Los miércoles, sin embargo, eran un día favorable. Casi siempre se relacionaba el calendario con fechas bíblicas o, en general, señaladas por la religión. Al igual que no era buena señal escuchar las campanas de una iglesia desde un barco zarpando.

Durante la conquista de América, los españoles consideraban buen augurio los llamados fuegos de San Telmo. Unas luminarias en los extremos de los palos del barco que se observan en algunas condiciones, fruto de las tormentas eléctricas.

Los aros de metal en la oreja alejaban las tormentas y algunas plumas de ave eran amuletos contra naufragios y ahogamientos. Los paraguas, por el contrario, eran una llamada a las inclemencias del tiempo. Las flores se asociaban a funerales en cubierta. Y estaba prácticamente prohibido transportar a un difunto en el barco. Por eso era tan común arrojar los cuerpos al mar envueltos en mortajas, atados a una bola de cañón para que su alma jamás persiguiera al barco.

Supersticiones sobre animales y otros pasajeros

Según las creencias, los gatos abordo eran un buen presagio. Como en muchas otras culturas, estos animales se relacionaban con el misticismo y el poder divino, además que mantenían a raya a los ratones y entretenían a la tripulación.

Con esta excepción, el resto de animales con pelo no eran bien recibidos en el barco, admitiendo solo algunas especies de aves. Un gallo cantando abordo, en cambio, era de los peores augurios, siendo considerada una señal inequívoca del más absoluto desastre. Y por un poema marino existía la creencia de que los marineros muertos se reencarnaban en albatros, por lo que dañar a esta especie abordo tendría consecuencias funestas.

Supersticiones de animales

Además de los animales, se hacía mucho hincapié en la selección de la tripulación del barco. Las mujeres estaban prohibidas porque se creía que atraían tempestades. Las personas religiosas y curiosamente los finlandeses estaban mal vistos, por una asociación mística con los hechizos y las invocaciones.

Y por mucho, la mayor restricción de todas: nadie podía silbar a bordo, o despertaría la furia del viento y los temporales más peligrosos.

Muchas de estas creencias quedaron en el olvido del mar y de la historia. Pero muchas otras siguen siendo respetadas a rajatabla por marineros, pescadores y patrones de barcos. El mar será siempre ese gran desconocido al que debemos cortesía, admiración y obediencia. Esa inmensa masa azul oscuro que nos recibe con recelo o con deferencia, según nos presentemos ante ella.

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