Cuenta la leyenda que por las zonas boscosas de México, por poblados y caminos, vaga un jinete maldito que alguna vez fue hombre, condenado por su infinita ambición y cobrando la vida de quien tiene deudas pendientes con el diablo. Se le llama el Charro Negro.

La maldición del Charro Negro

Esta historia comienza como muchas otras, en el seno de una familia humilde. El Charro soñaba con una buena vida de lujos y opulencia, y se había obsesionado con completar su atuendo con las mejores galas.

Para quien no lo sepa, los charros son jinetes expertos de la charrería, deporte nacional mexicano que consiste en demostrar destreza con la rienda y otras prácticas ecuestres. La indumentaria, inspirada en los trajes de la antigua nobleza europea, es su sello más distintivo, su emblema.

El Charro estaba frustrado, cansado de su ineficiente estilo de vida. Y por más que lo intentaba, no conseguía acumular las riquezas que anhelaba. La tierra de sus manos no hacía otra cosa que recordarle su amargo desengaño, hasta que hizo un pacto con el diablo.

Nadie sabe cómo, nadie sabe dónde, pero el Charro tuvo un encuentro con el mal para pedirle su ansiado deseo. El diablo le ofreció tal fortuna, tal cuantía, que dos vidas no le bastarían para gastarla. Y el Charro aceptó su trato pagándolo con su alma.

Su nueva posición lo hizo arrogante y envanecido, soberbio y desdeñoso. Pero poco a poco, mientras su dinero aumentaba y se multiplicaba, su juventud se desvanecía como el polvo. Se hizo con el mejor de los trajes, el mejor de los caballos y una vida llena de oro. Pero se encontraba en soledad, abandonado y afligido, sin tener con quién compartir su suerte.

La deuda del diablo

En algún momento el Charro Negro olvidó su pacto con el demonio, hasta que un día se le apareció para cobrar su vida después de aquel trato. El Charro se espantó, plantó crucifijos alrededor de su hacienda y cobardemente huyó en su caballo esperando no encontrárselo nunca.

Ante tal desprecio, ante la falta tan grave a su palabra, el diablo se presentó de nuevo ante él y lo maldijo para siempre. Subido en su caballo y con destino fijado en el infierno, el Charro Negro debía cobrar las deudas del maligno portando una bolsa de monedas de oro. Quien acepte la bolsa en su mano, tomaría su lugar, dejándolo libre de la condena y rescatando su alma.

Desde entonces, el Charro Negro deambula por rincones rurales buscando algún avaricioso que lo reemplace. Y así descansar en paz.

Cada anochecer en los pueblos la gente apura su paso para llegar a casa. Clausura sus puertas y ventanas y se guarda rezando, esperando no ver nunca al elegante jinete de traje negro con adornos de oro y plata, sobre un hermoso caballo de mirada hipnotizante. Esperando no ver nunca al temible Charro Negro.

COMPARTIR: