El Conde Drácula forma parte de ese arquetipo de personaje terrorífico desde sus primeras menciones en la literatura y el cine clásico. Grandes autores como Bram Stoker ayudaron a construir la imagen temible y sanguinaria del personaje que todos conocemos. Imagen que, pese a las transformaciones que la cultura pop pudo haber provocado, permanece intacta en el imaginario colectivo desde su origen. Sin entrar en la simbología mágica de aquellas obras novelescas, entre la sangre, la luna y la mujer, este mítico personaje está basado, en realidad, en un hombre que verídicamente existió en Rumanía. Vlad Tepes, mejor conocido como Vlad el Empalador.

Las conquistas del Imperio Otomano

Para conocer esta historia tenemos que remontarnos al siglo XV y situarnos en la Península de Los Balcanes.

En los albores de la Edad Moderna, aquella zona atestiguaba salvajes batallas entre los turcos y el resto de imperios colindantes a los que planeaban usurpar los territorios. En un afán por conquistar la parte oriental de Europa, el Imperio Otomano cabalgaba presto y firme ante sus enemigos, hasta toparse con uno de los más sanguinarios.

En aquel entonces, un joven Vlad de 13 años presumía el título de Príncipe de Valaquia, una región ubicada al sur de Rumanía. Su encarnizada historia de venganza años más tarde, su brutalidad insaciable y su beligerancia atroz y maligna, fueron suficientes para convertirlo en una leyenda negra.

Ilustración de Vlad el Empalador
Ilustración de Vlad el Empalador

El despertar de la violencia feroz de Vlad el Empalador

Mientras el Imperio Otomano trataba de expandir sus fronteras, otros países le hacían frente bajo el cobijo de su origen cristiano. Croacia, Hungría y Rumanía estaban forzados a contener los esfuerzos turcos por anexar sus territorios.

En medio de estos conflictos y a modo de garantía, los líderes turcos se llevaron como rehenes a los hijos de los nobles y líderes cristianos, tensando aún más la relación entre ambas partes. Uno de los damnificados de esta vil estratagema fue Vlad Dracul, sobrenombre que en rumano significa «demonio» y del que deriva el Drácula ya conocido. En esta situación, el noble se vio obligado a entregar a dos de sus tres hijos, uno de ellos era Vlad Tepes.

Junto con otros niños de la nobleza, Vlad fue educado bajo los preceptos y las causas del Imperio Otomano. De esta manera, los turcos asegurarían la lealtad de sus enemigos y el posible futuro de su imperio a manos de los niños adoctrinados.

Pero todo había cambiado cuando Vlad descubrió el asesinato de su padre. En su regreso a casa tras años de instrucción en Estambul, encontró a Vlad Dracul y a su hermano Mircea aniquilados salvajemente. Un crimen ordenado y coartado por los boyardos, la aristocracia local.

La venganza del empalamiento

Cuando al fin alcanzó la corona de Valaquia, Vlad Tepes enfocó toda su ira y esfuerzos en ejecutar su venganza.

Casi a mitad de siglo, en 1459, Vlad invitó a los boyardos a cenar en celebración de la Pascua. Una vez terminado el convite, procedió con una de las matanzas más sanguinarias y horrendas jamás recordadas.

Por primera vez, empaló a los invitados más ancianos, ensartando sus cuerpos aún con vida en estacas afiladas clavadas en la tierra. De un modo espantoso y atroz, aquellas personas perdían el aliento a medida que se desangraban lenta y dolorosamente. Un espectáculo dantesco que el mismo Vlad disfrutaba, como si se tratase de cualquier juego pasatiempo. A los más jóvenes, los llevó a construir murallas y trincheras, obligados al trabajo duro y sin descanso, muriendo muchos de ellos en el acto.

Desde entonces, esta práctica se convertiría en habitual para obedecer a sus intereses. En respuesta a conflictos con mercaderes y otros nobles, Vlad ordenaba ejecuciones masivas a modo de mensajes de advertencia. En total, empaló y asesinó con terribles torturas a más de 60,000 personas en un periodo de seis años. Incluso dedicando especial interés por cuidar de algún modo la estética macabra. Ordenaba los empalamientos en filas y columnas, formando geometrías de sangre y muerte a lo largo de sus extensos terrenos. Su mente siniestra e inhumana no veía satisfacción en nada más que en estas aterradoras costumbres, una fascinación extrema e inexplicable por lo cruento y lo despiadado.

Ilustración de Vlad el Empalador venerando su obra macabra
Ilustración de Vlad el Empalador venerando su obra macabra

Las batallas de Vlad contra el Imperio Otomano

Tras pagar tributo a los turcos durante los últimos años, Vlad se unió a Hungría en un frente común contra el Imperio. Lideró numerosos ataques expandiendo la sombra de su fama temible por toda la población musulmana. Pero esta estela de horror y masacre no duraría mucho tiempo.

Durante casi dos décadas, confrontó a los ejércitos turcos sorteando la muerte en varias ocasiones. Hasta que en 1476 finalmente fue asesinado en una invasión otomana. Como prueba de tal proeza, los turcos presentaron su cabeza en Constantinopla, colocándola en lo alto de una estaca para dar fe de su victoria.

Dentro de Rumanía, se le consideró entonces como un hombre justiciero y patriota. Lejos de cuestionar su carácter sanguinario, se entendió que aquellas prácticas brutales eran el mejor modo para enfrentar a los enemigos de la época.

Con el tiempo, Vlad sería bautizado bajo el nombre «el Empalador» y serviría de inspiración siglos más tarde para la creación de la obra Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker, en 1897. Pese a que la figura original no se parece demasiado al Conde Drácula, la leyenda negra de Vlad Tepes se mantuvo viva durante más de cuatrocientos años.

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