La historia de Baba Yaga es uno de los cuentos de terror más famosos de Europa Oriental. Durante siglos, se ha transmitido de generación en generación, asustando a niños y mayores por igual.

Cuenta la leyenda que una madrastra malvada envió a su hija Vasilisa a la cabaña de una bruja en el bosque para conseguir algunas luces. Pero lo que pretendía, en realidad, era deshacerse de ella.

La historia de Baba Yaga

En algún lugar de Europa del Este hay un bosque muy peculiar. Rodeado de letreros de advertencia, allí ocurren sucesos extraños por doquier en un ambiente tenso de caminos laberínticos rondados por la muerte. En lo más profundo del boscaje hay una cabaña de madera, una casa tosca y oscura que se sostiene singularmente sobre lo que parecen dos patas gigantes. Según las crónicas, la cabaña camina con frecuencia, moviéndose de un lado a otro entre la espesura del lugar y escondiéndose de los más desprevenidos.

Ese es el hogar de Baba Yaga, una anciana bruja tétrica y espeluznante, rencorosa y malintencionada, perversa y perturbada.

A las afueras de la floresta hay una pequeña aldea donde todos viven con cautela, esperando no encontrarse nunca con la señora. Durante años se le ha temido y acusado por la desaparición de varios niños, inocentes que terminaron siendo devorados por su pérfida maldad e inquina.

En una parte de la villa vivía la niña Vasilisa sola con su padre. Antes de morir su madre, unos cuantos años atrás, le regaló una muñeca. Un símbolo de protección que le ayudaría siempre y cuando cumpliese algunas condiciones: alimentarla cada noche. Desde entonces, la niña preparaba puntualmente un vaso de leche y unas pocas galletas antes de dormir.

La madrastra maliciosa

Algún tiempo más tarde, el padre viudo volvió a casarse. La madrastra de Vasilisa llegó a la casa con sus dos hijas, que envidiaban y recelaban la belleza y dulzura de la niña. El odio de las hermanas crecía cada día y poco a poco se volvieron crueles y vengativas, amenazándola y maltratándola en cada oportunidad.

Cuando Vasilisa cumplió dieciséis años, su padre se ausentó durante un mes por asuntos de trabajo. Y sin esperar siquiera un día tras su partida, la madrastra reunió a las tres niñas para llevar a cabo un insidioso plan.

“Queridas hijas mías, tengo una pequeña tarea para cada una. Tanya, ve a mi habitación, por favor querida, y cose un botón en mi vestido rojo. Katya, ve a la mesa de la cocina y prepara un poco de masa para pastel. Y Vasilisa, querida, ve a la cabaña de Baba Yaga en el bosque y pídele que nos preste algunas luces. Ahora corre, cariño. No pierdas el tiempo. No queremos que te quedes atrapada en la oscuridad”.

Ilustración de la cabaña de Baba Yaga
Ilustración de la cabaña de Baba Yaga
Fuente de la imagen: Pixabay

Vasilisa salió diligente hacia el bosque sin ponerse sombrero ni guantes. Pero tanta urgencia no le impidió recordar las horrorosas historias de Baba Yaga. Atendiendo las órdenes de su madrastra, partió con paso ligero y, con temor, pidió ayuda a su muñeca de trapo.

«Oh muñequita, mi madre me dijo que si te alimentaba y te cuidaba estarías lista para ayudarme en cualquier problema. Te he alimentado y cuidado y ahora estoy en una situación terrible. Debo ir a la cabaña tenebrosa de una bruja cruelmente malvada. Así que, por favor, ayúdame”.

La muñeca se giró hacia Vasilisa y, con compasión y ternura, respondió a sus palabras. “Sé tan valiente como hermosa. Ve a la cabaña de Baba Yaga y no sufrirás ningún daño».

Vasilisa reunió todo su coraje y caminó por el sendero del bosque. Después de un largo trayecto se encontró con algunas piedras apiladas, calaveras clavadas en estacas y murallas andrajosas y desaliñadas. Pocos metros después de aquel escenario respiraba la choza vieja y deteriorada, sobre los dos pilares angostos que la sostenían en la altura, y que parecían mirarla de vuelta. Tras algunos instantes en silencio, las dos patas gigantes se doblaron, arrodillándose en el suelo, mientras se abría la puerta crujiendo.

La aparición de Baba Yaga

Como si fuera un buitre asomando, la nariz huesuda y desdeñada de Baba Yaga salió de la casa primero. Un cuerpo deforme y descarnado salió después, apoyándose en un palo de escoba, moviéndose despacio y firme por el quicio de la puerta. Vasilisa observaba callada, paralizada por el miedo, incapaz de soltar el aire de su pecho ni de echar a correr. La anciana se acercó a ella sin tocar el suelo, clavando sus ojos en la niña y preguntándose el porqué de su osadía al estar allí.

Entre algunos balbuceos, Vasilisa logró con mucho esfuerzo componer algunas palabras para lograr su cometido. «Buena señora», dijo, “soy Vasilisa. Mi madrastra me envió al bosque a pedir prestada una luz a Baba Yaga».

Baba Yaga asintió con la cabeza y la invitó a entrar. Hizo saber a la niña que cumpliría con lo pedido a cambio de algunas labores. Solo si podía terminarlas con eficiencia podría salir libre y con las luces en la mano. Vasilisa dudaba temerosa de aquella propuesta, pero sin ver otras alternativas, terminó por aceptar el acuerdo a regañadientes.

Después de firmar el pacto, la cabaña volvió a levantarse sobre sus patas y, como si fuera un monstruo de cuento, se adentró de nuevo en lo más profundo del bosque.

Las peticiones de la bruja

Mañana, querida mía, debes completar mi pequeña encomienda. Cuando esté lejos de la cabaña, debes ordenar el jardín, limpiar la casa y cocinar sopa de calabaza para mi cena. Cuando hayas terminado de hacer todo eso, debes ordenar todas las ollas y sartenes de la cocina”.

Ilustración de Baba Yaga
Ilustración de Baba Yaga
Fuente de la imagen: Pixabay

Poco después del amanecer, Vasilisa observó a la bruja salir volando por la ventana. Cuando la vio desaparecer detrás de los árboles, empezó a trabajar en la tarea encomendada. Todo marchaba bien hasta que encontró un saco lleno de legumbres. Vasilisa no lo sabía, pero aquel saco era una trampa de la bruja para impedir su cometido, entonces fallar y quedarse atrapada con ella para siempre. Debía separar uno a uno miles de guisantes negros del saco, haciéndose una tarea imposible en tiempo y forma. Fue entonces que la muñeca cumplió su promesa y dividió las legumbres de una vez en dos montones.

Baba Yaga llegó más tarde y, sorprendida por el éxito de la niña, insistió en su pernicioso propósito. «Veo que trabajas muy bien, querida. En ese caso, ve a buscar agua del arroyo para llenar el tanque. Toma, usa este balde». El balde vacío de la anciana resultó estar roto y agujereado. Pero ante las nuevas dificultades, la muñeca de Vasilisa actuó de nuevo.

Baba Yaga volvió a sorprenderse con el tanque lleno de agua fresca. “Eres una con suerte. Veamos si también eres inteligente. Quédate despierta esta noche y cuenta las estrellas del cielo. Si me dices el número correcto, podrás tomar tu luz e irte. Pero si no lo es, te arrancaré las entrañas del cuerpo y serás mi desayuno«.

Sin más consuelo que lo bien que le había ido por el momento, Vasilisa se preguntaba cómo hacer semejante tarea. Se pasó la noche mirando al cielo, perdiéndose en la cuenta mientras la cabaña caminaba por el bosque. Pero después de varias horas en la madrugada, la muñeca le susurró al oído una cifra, como si fuera un sueño justo antes de despertar.

Baba Yaga escuchó de su boca la cantidad correcta y explotó con desesperación e ira, sin entender la magia de la niña. Tomó un cuchillo y lo apretó en su cuello con la intención de matarla y, justo antes de cometer el acto, recordó sus propias palabras, templando sus deseos de venganza. “No te haré daño. Hoy no hay tareas para ti, esta noche regresarás a casa con lo prometido«.

Cayendo la noche, Baba Yaga había entendido el valor de la pequeña. Decidió entonces darle una luz particular, una calavera de ojos prendidos que eligió personalmente para que la entregase a su madrastra. Después del camino de vuelta, la niña encontró su casa a oscuras, sumida en las sombras. «Estoy en casa», gritó, pero no recibió respuesta. Tan pronto la luz entró e iluminó a su madrastra y hermanas, las tres se quedaron inmóviles y murieron convertidas en polvo.

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