Quien hubiera visto la película ¿Conoces a Joe Black? protagonizada por Brad Pitt y Anthony Hopkins sabe que solo hay dos cosas seguras en esta vida: los impuestos y la muerte. Aunque esta frase la dijo mucho antes Benjamin Franklin, es una de las grandes verdades universales. Y no solo ahora, sino prácticamente desde que el mundo es mundo.

Pese a quien le pese, los impuestos son una obligación tácita de todos los ciudadanos para garantizar las provisiones del Estado y la financiación de los servicios públicos. Al margen de si su retención, administración y gestión es buena o mala, existen desde que existe la sociedad organizada.

Sin embargo, a lo largo de la historia los contribuyentes de algunas zonas tuvieron que pagar impuestos cuanto menos singulares, que en su momento respondían a alguna lógica, probablemente. Hoy, a nuestros ojos, resultan absolutamente insólitos y excepcionales. Tanto, que merece la pena conocer el porqué de algunos de ellos.

El aceite del faraón en el Antiguo Egipto

Echar un vistazo a los sistemas económicos establecidos hace más de dos mil años puede ser muy interesante.

En el Antiguo Egipto, quienes recaudaban los impuestos entre la población eran los escribas, bajo el mandato de los faraones. En aquel momento, las tasas no eran directas, sino que se aplicaban solamente sobre algunos productos. Y entre ellos, el más arancelado era el aceite para cocinar.

Aunque estamos hablando de hace mucho, mucho tiempo, no podemos subestimar el ingenio de la política de entonces. Este aceite, tan esencial para la época, no contaba solo con una considerable tasa para poder usarlo, sino que formaba parte de un monopolio manejado íntegramente por el mismo faraón. Los egipcios estaban cuasi obligados a comprar su producto y a pagarlo bastante caro.

Además, reutilizarlo estaba prohibido. Tanto, que existía un régimen de control y revisión por parte de un séquito de funcionarios que visitaban de vez en cuando a los ciudadanos para comprobar la frescura del ansiado líquido.

Los impuestos sobre la orina en la Antigua Roma

De este caso arancelario surgieron un par de frases o dichos en latín, tan curiosos como reveladores.

Durante el gobierno del emperador Vespasiano, en el siglo I d.C. en la Antigua Roma, el amoniaco de la orina tenía diversos usos industriales y otros beneficios. Esta fue la razón por la que Vespasiano impuso una tasa no sobre el hecho de orinar, evidentemente, pero sí sobre su venta tras recogerla de las letrinas públicas.

El dato de recaudación de este impuesto es desconocido. Pero supuso la asociación eterna del emperador con el pis. De hecho, todavía a día de hoy se les llama vespasiani a los urinarios públicos en Roma.

Por otro lado, se cree que de todo esto surgió el dicho pecunia non olet, «el dinero no huele».

La barba en la Inglaterra de Enrique VIII

La Inglaterra de Enrique VIII gozó de bastante estabilidad en cuanto a lo económico. Dejando de lado los líos de faldas y su enemistad eterna con la religión, el rey no fue mal gobernante. Probablemente su prosperidad vino dada de su ingenio al mando y su capacidad para lucrarse de casi cualquier cosa. Uno de los impuestos más curiosos de esta lista lo propuso él, el impuesto sobre la barba.

La teoría de esta práctica se basaba en distinguir la condición social del ciudadano. La barba sería un elemento distintivo de la clase alta, por tanto, si tenía el nivel adquisitivo para pagar la tasa aplicada, era digno de llevar barba.

La cuantía era variable en función de la condición social del individuo. Cosa que de alguna forma se reguló bajo el gobierno de su hija, Isabel I. Ella mantuvo el impuesto, cobrándolo a quien usaba una barba de más de dos semanas.

Este impuesto se repitió en Rusia bajo el mandato de Pedro I el Grande, dos siglos después. Al parecer para cambiar las modas estéticas entre su población y que se adaptasen al estilo popular lampiño de Europa Occidental.

Impuestos sobre la barba
Fuente de la imagen: Pexels

Los impuestos de la soltería y del celibato

Llegados a este punto del disparate (a nuestros ojos de hoy), sigamos. En ciertos momentos de la historia hubo que pagar impuestos por ser soltero y no tener hijos.

Cuando Roma pasó de ser República a Imperio, terminando el siglo I a.C., el emperador Augusto decretó una serie de cambios en su gobierno de reforma. Uno de ellos fue la instauración de la familia tradicional como institución básica de la sociedad. Y para ello creó el Aes Uxorium, un impuesto a la soltería. Esta tasa anual debía pagarla el no casado y suponía el 1% de su riqueza declarada. Una vez en matrimonio ya no había la obligación.

Algo parecido sucedió en Rumanía, solo que en una etapa mucho más contemporánea. Durante los años 70 del siglo XX, el dictador rumano Ceaucescu tomó una serie de medidas con el propósito de aumentar la natalidad en el país. Impuso un estricto control sobre la población que partió desde la prohibición total del aborto, hasta la obligación legal de tener hijos.

Para hacer esto posible, organizó un grupo de funcionarios, conocidos popularmente como la policía menstrual, que revisaban casa por casa sin previo aviso para repartir tests de embarazo. Si las mujeres no se quedaban embarazadas durante cierto tiempo, debían pagar un impuesto de celibato. Aunque existían ciertas excepciones, puede que esta tasa sea una de las más extrañas de esta lista. Especialmente por las fechas en que se impuso.

Los sombreros y las ventanas en el Reino Unido

De nuevo por asociación de clase, durante el siglo XVIII en el Reino Unido se creó un impuesto no por llevar sombrero, sino por tenerlo. El pago era por cada sombrero individual, por lo que el silogismo era el siguiente: cuanto más adinerado el individuo, más sombreros tenía y más impuestos pagaba.

Más o menos en la misma época y en el mismo lugar, se aplicó un impuesto similar sobre las ventanas. Las casas de los acaudalados tenían más ventanas que las de las casas humildes y muchos decidieron tapiar algunas de ellas para evitar los pagos.

COMPARTIR: