Según las estadísticas, el 18% de la población mundial está predispuesta a experimentar episodios de sonambulismo alguna vez en la vida. Parece que no es un porcentaje muy alto, pero lo cierto es que este fenómeno es más frecuente de lo que parece.

Yo misma, durante la infancia, tuve algún que otro caso que por suerte no trascendió más allá de unas cuantas situaciones hilarantes y surrealistas.

El sonambulismo como trastorno del sueño

El sonambulismo, o noctambulismo, es un trastorno de la conducta que sucede habitualmente en episodios breves durante la tercera y cuarta fase del sueño, antes de la etapa REM.

Se presenta mediante actividades motrices automáticas desempeñadas bajo un estado total de inconsciencia, pudiendo llegar a ser complejas hasta cierto punto y sin dejar ningún tipo de recuerdo al momento de despertar al día siguiente.

Algunos ejemplos de estas actividades son tareas domésticas, comer, caminar por la casa o incluso salir de ella. En uno de mis casos y por muy absurdo que parezca, quería planchar.

Como fenómeno recurrente, es mucho más frecuente en niños y adolescentes que en la edad adulta y suele desarrollarse en episodios aislados sin causa aparente. De hecho, todavía no se sabe por qué se produce y tampoco existe un tratamiento para menguarlo, sino que suele desaparecer con el tiempo o mejorando la calidad y horas de descanso.

A menudo se relaciona la actividad de los sonámbulos con lo que están soñando en ese momento, pero no es así. Los episodios de sonambulismo suceden en las primeras horas del sueño, cuando todavía no se llega a la fase profunda en la que se despierta el subconsciente.

Los peligros potenciales del sonambulismo

Pese a que la mayoría de los casos quedan en meras anécdotas para compartir en reuniones familiares, lo cierto es que según la naturaleza del sonámbulo, existen algunos riesgos durante los episodios de actividad.

El hecho de salir de casa, subir o bajar escaleras o usar objetos peligrosos pueden suponer un problema si no hay nadie alrededor para cuidar la situación. Aunque parezca lo contrario, el noctámbulo no sabe lo que hace ni dónde está, por lo que lo más prudente es asegurar ventanas, puertas y retirar objetos de riesgo para evitar cualquier sorpresa.

La mejor manera de reaccionar ante un episodio

Muchas personas creen que si se despierta abruptamente a un sonámbulo puede sufrir consecuencias nefastas como infartos, daños neurológicos o incluso la muerte. Nada más lejos de la realidad. Como mucho, el soñador puede sentirse confundido y desorientado por un momento, pero esto no significa que despertarlo sea la mejor manera de reaccionar ante un episodio.

Lo más adecuado en todos los casos es tratar de llevarlos de vuelta a la cama mediante el diálogo y la persuasión. Casi siempre el sonámbulo se levanta para realizar algún cometido específico y tras haberlo cumplido, regresa a la cama por su propia iniciativa. Suena de lo más simple e infantiloide, pero esta es la lógica del inconsciente. Lo que hay que hacer, por consiguiente, es convencer al individuo de que la tarea ya está realizada.

Las personas sonámbulas son muy sugestionables y apenas muestran resistencia a la hora de convencerlos de alguna idea. A mí me bastó con que mis padres me dijeran que la plancha no funcionaba para desistir en mi empeño e irme de vuelta a la cama. Como dije antes, hilarante y surrealista.

Los casos más extremos que superan todo límite

Se han dado algunos casos en los que el sonámbulo cruza varios límites y desempeña acciones mucho más allá de las descritas anteriormente. Casos delictivos como la provocación de incendios, ataques violentos a otras personas o incluso homicidios.

Se trata de situaciones extremas muy poco comunes en las que además de este trastorno existen terrores nocturnos u otros padecimientos. Lo más curioso, es que el sonambulismo como tal no se considera un trastorno mental, sino del sueño, por lo que estos casos registrados fueron desestimados por la justicia, que declaró inocentes a todos sus protagonistas.

Después de todo y dejando de lado estos casos extremos tan poco usuales, el sonambulismo suele quedarse en aquello que nos pasó a algunos cuando éramos pequeños. Una especie de recuerdo vago construido sobre todo a partir de lo que nos describen nuestros padres. Un paseo por casa con las zapatillas en la mano, una o dos vueltas a las llaves de la puerta que no giraban o unas ganas inusitadas por planchar el montón de ropa arrugada. Historias para no dormir, pero más por la risa y la nostalgia que por el miedo.

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