El verano de 1998 fue testigo de uno de los fenómenos más destacados de la década en la industria juguetera. El lanzamiento del Furby. El muñeco rompió muchos esquemas de la época incorporando uno de sus grandes atractivos, la inteligencia artificial. Esto lo convertía en una criatura animatrónica cuya programación simulaba el aprendizaje de palabras y hasta una personalidad propia, con el fin de comunicarse con su dueño.

Las particularidades del juguete lo llevaron a disparar sus ventas desde el primer día, generando largas colas y listas de espera en las tiendas para adquirir un ejemplar. La demanda creció tan rápido, que el coste de cada Furby pasó de los 30 dólares iniciales a 100 dólares en reventa.

Pero no todo fue un camino de rosas en el trayecto del juguete del año.

Las características rompedoras del juguete de los 90

Por definición, el Furby es un híbrido entre ratón, gato, murciélago, búho y pollo. Aunque quizá pudiéramos discutir esto, además de lo mucho o poco adorable que era entonces como muñeco.

Lo cierto es que su aspecto triunfó, hasta el punto de justificar cuatro generaciones del juguete, cada una con sus variaciones.

Pero lo que ofrecía el Furby como entretenimiento iba mucho más allá de un peluche. La programación del muñeco incluía un volumen de vocabulario ficticio de un idioma propio llamado Furbish, que poco a poco, a partir de la interacción con las personas y el aprendizaje de la inteligencia artificial, iba mutando al lenguaje hablado en su entorno.

Esta capacidad se malentendió en un principio, cuando se creía que el Furby podía repetir las palabras que escuchaba a su alrededor. Algo que derivó en varios problemas de sospecha de espionaje que escalaron sorprendemtemente hasta el gobierno de los Estados Unidos.

Furby
Fuente de la imagen: Pixabay

La prohibición del Furby por la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU.

Quién podría imaginar que una criatura tan ¿entrañable? como el Furby pudiera meterse en semejantes problemas.

Después del furor ocasionado por el muñeco en 1998, la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos anunció a sus trabajadores en enero de 1999 la prohibición terminante de llevar un Furby a las instalaciones del gobierno, considerándolo un peligroso elemento de espionaje.

Por lo visto, la fiebre del Furby llevó a niños y adultos a llevar su propio ejemplar a sus lugares de estudio y de trabajo, puntos en los que interactuaban con ellos tranquilamente durante la jornada. Pero el hecho de incorporar un micrófono en su estructura interna comprometía evidentemente la seguridad del país, según en qué oficinas estaba.

Este planteamiento es lógico comprendiendo el nivel de información que se maneja en estas instituciones de inteligencia. Lo que nadie previó en su momento es que el muñeco tendría un éxito tan grande como para entrar en dichas instalaciones, cual caballo de Troya.

Ante estos comunicados, el propietario de la empresa fabricante, subsidiaria de Hasbro, declaró que los muñecos no tenían la capacidad de grabar conversaciones. Mucho menos de ser útiles como dispositivos de espionaje.

La disyuntiva llevó a varias investigaciones de las características específicas del juguete, que concluyeron tras un tiempo en el levantamiento prudencial de la prohibición. Aunque para entonces el Furby ya había pasado de moda y no era tan masivo.

Resulta curioso cómo un juguete aparentemente inofensivo fue considerado en su momento tan peligroso como los teléfonos de hoy en día. Con sus cámaras, grabadoras y capacidades de almacenamiento y transmisión en vivo, tan poderosas y amenazadoras en las manos equivocadas.

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