Cómo se nos va escapando el romanticismo, ¿verdad? Y no estoy hablando de conversaciones remilgadas entre enamorados o fantasías con realezas de un color. Me refiero más bien a ese romanticismo literal que hay en las cosas. No es lo mismo describir cómo me siento ante el editor de texto de este blog un sábado por la tarde buscando la inspiración, que describir cómo pinto las orillas de una hoja en blanco con lápices que están esperando a contar una historia.

Es curioso que cuando no quieres hablar de nada es cuando más cosas dices. Como si las musas mismas se presentasen ante ti sin ningún suspiro de sugerencia, pidiéndote que las pintes como a tus chicas francesas. Buscamos en los rincones más abyectos de nuestro ser un tema del que contar algo o un algo que hacer. A veces el aburrimiento y la proyección malograda nos hacen olvidar dónde está el talento. Y es como si esta forma de ingenio o destreza, o como queramos llamarle, pudiera personificarse en un señor extraño, irreconocible, que no podemos comprender.

Hace un momento recordé como un flash aquella mítica escena en la película Amadeus, en la que Salieri conoce a Mozart. El genio no sólo reproducía a la perfección una composición de Salieri escuchándola solo una vez, sino que la mejoró, la enalteció y lo doblegó en un momento.

Y qué difícil es entender el talento ajeno cuando lo comparas con el propio. Cuántas veces los poetas escriben sobre su frustración de no saber qué escribir. Paradógicamente la ausencia de tema se les hace un tema, y entonces escriben. Casi siempre es más fácil negar un talento que intentar comprenderlo, si es que uno lo tiene. Es más fácil cerrar el libro que pasar la página, e iniciar un capítulo nuevo. Pero al final, solo se trata de escribir. O pintar. O cantar. O cualquier otra cosa.

Hacemos lo que queremos hacer. Juzgamos lo que podemos juzgar. Y nos peleamos con nosotros mismos tratando de encontrar una razón para movernos en este mundo de laberintos y tableros. Si fuéramos tan románticos como lo fuimos alguna vez, ahora estaría diciendo que la inspiración es una brisa de aromas dulces que respiramos de repente. Pero en el pragmatismo más preciso en el que yo me muevo como pez, diré que todo es cuestión de ponerse.

Al final, no es que escriba sin decir nada o hable sin tener un tema. Igual que los barcos a la deriva también se mueven, y que sin la brújula o el timón en punta también llegan a algún lugar, yo he terminado hablando de muchas cosas.

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