En el sur de Italia, cerca de la bahía de Nápoles, había una ciudad que pereció a causa de un desastre natural sin precedentes, la erupción del monte Vesubio. Desde entonces, se volvió inmortal para la historia de la humanidad. La ciudad romana de Pompeya es una maravilla de la arqueología en la que se producen nuevos descubrimientos que impresionan al mundo, incluso después de siglos de su descubrimiento.

Pompeya en la Antigüedad

Pompeya era una ciudad romana con una larga historia. Los arqueólogos creen que el sitio estaba habitado ya en el siglo X a.C. por diversas culturas. La ciudad creció constantemente como un importante enclave geográfico debido a las tierras agrícolas enriquecidas por los suelos volcánicos del Vesubio. A unas pocas millas al norte estaba el río Sarno, justo al lado del mar.

Fue habitada por griegos, etruscos y samnitas, que obtuvieron la ciudadanía romana como Colonia Cornelia Veneria Pompeianorum en el año 80 a.C. El latín se convirtió en el idioma oficial, reemplazando al nativo de Oscano, la lengua de los samnitas.

Pompeya era lo suficientemente próspera en el siglo I d.C. Lucía una arquitectura de alta calidad y servía como ciudad turística junto con la ciudad vecina de Herculano, en honor al semidios Hércules. Los adinerados de la época poseían allí enormes propiedades y villas con vistas increíbles a la Bahía de Nápoles, algunas de ellas de hasta 12,000 metros cuadrados.

Construcciones y tecnología

Pompeya era una de las ciudades más avanzadas en infraestructura, tecnología y servicios. Contaba con cinco construcciones de baños públicos, los más antiguos y elaborados del Imperio Romano en aquellos momentos. Estas piezas arquitectónicas, dignas de un emperador, se encontraban equipadas con agua corriente, tanto caliente como fría, proveniente de un acueducto que utilizaba recursos de distintos pozos cercanos. La mayoría de cuartos estaban equipados con calefacción en pisos y paredes. El complejo estaba a la vanguardia de la tecnología de baño, algo bastante importante para la comunidad romana.

En los espacios principales de la metrópolis se incluía un majestuoso templo para la diosa Venus, que parece haber sido la principal deidad de la ciudad, y era el lugar favorito para la alta sociedad que quisiera rendir tributo a los dioses.

Otro edificio relevante para los romanos fue el teatro. Pompeya contaba con dos, en el teatro más grande se representaban famosas obras grecorromanas y el más pequeño que se utilizaba para la poesía y la música. La ciudad tenía una serie de jardines públicos y privados que en ocasiones eran usados como santuarios. Además de arquitectura destinada al arte y la cultura, Pompeya era famosa por sus burdeles, decorados minuciosamente con imágenes que causarían el asombro de muchos a día de hoy.

Estilo de vida en Pompeya

El estilo de vida en Pompeya

Según algunas estimaciones, Pompeya tenía una población entre diez mil y veinte mil personas. Durante el siglo I d.C., se alimentaban con una dieta a base de pan y frutas y verduras de sus propios cultivos.

Como sociedad, tenían bastante participación e implicación en la política, ya que se encontraron muchos murales en las calles con mensajes de apoyo a los candidatos democráticos. Curiosamente, la escritura y pintura en los muros de la urbe no estaba mal considerada como a día de hoy, y se usaba para anunciar cualquier tipo de evento o servicio público.

La región de Pompeya es un área de bastante intensidad sísmica. Para el año 62 d.C. ya había visto un gran terremoto, seguido por otros más pequeños, de los que la ciudad logró recuperarse sustancialmente. En general, la población no estaba extremadamente preocupada por los peligros que esta actividad podría suponer, simplemente construyeron edificios más resistentes para evitar posibles daños. De hecho, los baños de la ciudad se ampliaron y se mejoraron todavía más tras la destrucción de los temblores.

La erupción del monte Vesubio

En el año 79 d.C., el Vesubio entró en erupción. La fecha exacta del suceso todavía se encuentra en debate. Las creencias tradicionales dicen que ocurrió del 24 al 25 de agosto, pero las hipótesis más recientes sostienen que pudo haber sido a finales de octubre y principios de noviembre. De todos modos, el único testimonio registrado del desastre fue el de Plinio el Joven, quien describió el evento treinta años después.

Erupción del monte Vesubio

Era aproximadamente la 1:00 pm, una gran nube comenzó a asomar sobre la tierra. Plinio se encontraba obervando el fénomeno desde la lejanía con su tío, Plinio el Viejo. Este último tenía a su mando una flota romana en cabo Miseno, ubicado en el mar Tirreno. Plinio escribió lo siguiente: «En algunos lugares parecía blanco, en otros lugares manchado y sucio, de acuerdo con la cantidad de tierra y cenizas que el Vesubio arrojaba«. Inmediatamente se hizo evidente que se avecinaba un terrible desastre, Plinio el Viejo inició operaciones de rescate, mandando barcos para evacuar a la gente de Pompeya.

El Joven describió la escena cuando los barcos se acercaban a la orilla: «Las cenizas ya estaban cayendo, más calientes y más gruesas a medida que los barcos se acercaban. Iban seguidas de trozos de piedra pómez y piedras ennegrecidas, carbonizadas y agrietadas por las llamas. De repente, estaban en aguas poco profundas y la orilla estaba bloqueada por los escombros de la montaña […]».

Mientras tanto, en el monte Vesubio, amplias llamas ardientes se veían en varios puntos, un resplandor brillante que destacaba por la oscuridad de la noche.

Se encontabran hundidos en la penumbra cuando la nube volcánica llegó a barrerlos como un tsunami. Plinio escribió: “Se podían escuchar los gritos de las mujeres, los gemidos de los bebés y los gritos de los hombres. Algunos llamaban a sus padres, otros a sus hijos o sus esposas, intentaban reconocerlos por medio de las voces. La gente lamentaba su propio destino y el de sus familiares. Había algunos otros que rezaban con fervor, bañados en pánico, presentían que la muerte se avecinaba. Al principio pedían la ayuda de los dioses, pero conforme iba pasando el tiempo, imaginaban que ya no quedaban dioses, y que el universo estaba entrando en una oscuridad eterna«.

La nube de ceniza en Pompeya

El Vesubio entró en erupción durante un período de 18 horas. Los flujos piroclásticos cubrieron un rango de 112 kilómetros por hora con temperaturas de hasta 400 grados. La piedra pómez era un diluvio que caía del cielo y para cuando terminó, Pompeya y Herculano quedaron sumergidas entre los escombros y las cenizas.

Plinio el Viejo moriría por la erupción del volcán junto con varios miles de pompeyanos. La causa de la muerte fue el aumento de calor o un ataque de asfixia. La población que logró ser evacuada a tiempo perdió el acceso al río Sarno y se desplazó lo más que pudo hacia el interior de la zona. Los esfuerzos para restaurar la ciudad fueron inútiles ya que era imposible acometerlos y Pompeya cayó en el olvido.

El redescubrimiento de las ciudades

No fue sino hasta el año 1592 que se redescubrió Pompeya y en 1738, Herculano. Las primeras excavaciones científicas se realizaron en los siglos XVIII y XIX.

Para los historiadores, Pompeya es una ciudad enterrada en el tiempo. Todos los que habitaban la metrópolis que no tuvieron opciones de sobrevivir, se quedaron in situ, sin tiempo de retirar sus pertenencias. De hecho, fue durante el siglo XIX cuando los arqueólogos se dieron cuenta de que existían vacíos entre las capas de ceniza que estaban encontrando. Los espacios en los que estaban atrapados los cuerpos.

La ceniza había conservado el rigor de los que perecieron en el acto por más de ochocientos años. Para extraerlos sin ningún daño, inyectaron yeso que cubrió las siluetas y llenó los huecos de aire.

La excavación continúa hasta nuestros días, a medida que se abren nuevas áreas de la ciudad y se siguen explorando los estratos más bajos. Pompeya se convirtió en una ventana directa al pasado, que nos da una nueva visión de cómo era la vida entonces. Nos permite apreciar su arquitectura, sus asombrosos avances y sus bellas costumbres.

La ciudad perdida de 480 kilómetros cuadrados es Patrimonio Mundial de la UNESCO, uno de los pocos museos que realmente se sienten con vida. Recibe hasta 2 millones de visitas al año y es, por todas estas razones, un claro ejemplo del gran poder que tiene la naturaleza.

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