Sí. Te gusta.

Te gusta el argumento. Los personajes.

Te gusta el libro en que está basada.

Te gusta pensar que eres el protagonista. Te envuelves en la historia, la trama. ¿No es increíble la trama?

Te gustan las curvas de esa actriz.

Te conmueve. Te hace llorar.

Te atrae el carisma del malo.

Te cambia la vida.

Esa música que suena de fondo y que interrumpe tus silencios.

Eres incondicional de ese director, ¿acaso te has perdido alguna de las suyas?

Tu amor platónico. Él.

Ésa, la tercera parte, ésa es tu favorita. Y necesitas volver a verla.

Ahora sí, ahora sí que da miedo. Vamos.

Te gusta verlas. Ignorar la vida real (o no tal real), durante dos horas y romperte en un colapso de empatía cinematográfica. Ese nudo en la garganta que te ahoga mientras tratas que el de al lado no se entere de que estás llorando. La sal de las palomitas, la sed.  Detener tu respiración y mantenerte expectante, a ver qué va a pasar, como si el asesino pudiera oírte y encontrarte.

Sí. Son solo imágenes y sonidos. Pero me gustan, me hacen pensar.

Imágenes y sonidos indomables que traduzco en una tinta personal. Mi tinta indómita.

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