Desde tiempos ancestrales el ser humano experimenta el miedo de diversas maneras. Algunos de nosotros lo disfrutamos, mientras otros lo sufren profundamente.

Es cierto que la tendencia a vivir el miedo de manera controlada va en aumento y que escogemos voluntariamente ponernos en situaciones que nos den ese golpe de adrenalina para sentirnos vivos. Dichas emociones tienen un origen químico muy personal que se hace presente cuando se da una situación especifica. La forma en que cada uno responde a estos estímulos se deriva de esa programación innata.

La respuesta del cerebro y el sistema nervioso

El cerebro es sumamente sensible a cualquier indicio de amenaza. Cuando nos sometemos a alguna situación en la que nuestro cuerpo y mente detectan peligro, diversos químicos son liberados desde el cerebro para prepararnos a responder de inmediato. Esto se conoce coloquialmente como «huye o pelea» y es una manera muy sencilla de describir la dualidad y la decisión que ocurre dentro de la mente para protegernos. Ya sea por estrés del trabajo, una discusión con la pareja o alguna disputa en el bar local, nuestro cerebro está codificado para hacerse consciente de cómo reaccionar. Todo este proceso neuronal junto con la experiencia personal de cada individuo, conforman una respuesta automática.

La primera señal se lanza al tálamo en el centro del cerebro. Ahí se recibe y envía directamente a la amígdala, que es la principal responsable del miedo ya que regula la cantidad de neurotransmisores que se van a mandar al cuerpo. Hay múltiples tipos de transmisores, entre los que el más importante es el glutamato. Debido a la respuesta ejercida por el cerebro, una cantidad de glutamato elevada demuestra que el peligro es grande y puede ir desde un susto tras oír un grito fuerte hasta la acción de lanzarse en paracaídas.

Mientras los neurotransmisores viajan a través del cuerpo, la señal alcanza al mismo tiempo el hipotálamo, el responsable del sistema nervioso. Esta región del cerebro se encarga de decidir las reacciones que tendrá el cuerpo, como elevar la frecuencia cardíaca, la respiración o la sudoración, entre otras. Las señales que libera el hipotálamo se reciben por las glándulas suprarrenales, que liberan cortisol y adrenalina para garantizar nuestra supervivencia.

Miedo

La sensación de placer al experimentar miedo

No es descabellado pensar en el miedo como un factor placentero en nuestra vida diaria, especialmente al considerar a personas adictas a la adrenalina. Algunos tienden a arriesgar su vida constantemente con la finalidad de sentir un poco de esta química liberada en sus organismos.

Lo mismo ocurre cuando observamos una película de terror. Aunque solamente nos encontremos expectantes y predispuestos a sufrir un susto de golpe, nuestros cerebros se pre-programan para liberar sustancias necesarias para enfrentar tan cotidianas situaciones. Al final del día, no dejan de ser escenarios de «huye o pelea» pero en menor grado. Lo interesante es que, con el tiempo, el cerebro empieza a segregar cantidades de dopamina, hormona que está directamente relacionada con la felicidad en un claro sentido de recompensa. En este sentido, algunas personas terminan percibiendo el miedo de manera positiva.

Esto justifica por qué nos hemos hecho más tolerantes y exigentes con los filmes de terror y otros estímulos similares. El típico susto repentino cada vez nos afecta menos. Buscamos exponernos a situaciones más intensas que desaten una respuesta química que en algún punto no requería mayor estímulo. Es por ello que las grandes productoras cinematográficas, de videojuegos y muchas otras atracciones se enfoquen en generar experiencias cada vez más reales y arriesgadas.

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