La ciencia ha estado buscando a lo largo de los años el vínculo entre humanos y simios que pueda justificar perfectamente la teoría de la evolución. Cuando Oliver, un chimpancé supuestamente poco común, apareció ante el ojo público, lo publicitaron exactamente como eso, un híbrido entre ambas especies. Nació en 1957 en la región del Congo, donde fue secuestrado por traficantes de animales. Lo llevaron a Estados Unidos y en 1970 llamó la atención de una pareja de entrenadores muy conocidos de la época, Frank y Janet Berger. Ambos lo criaron como un ser humano y vivió con ellos hasta los 16 años. Fue debido a sus peculiaridades que se acuñó un nuevo término: el humanzee, una mezcla entre «chimpancé» y «humano» en inglés. Sin embargo, este concepto nunca fue respaldado por la ciencia.

Las particularidades del ‘humanzee’

La pareja notó desde el principio que Oliver tenía una conducta considerablemente distinta a la de otros chimpancés. Mostraba una clara preferencia por la compañía humana. Tenía la cabeza más pequeña y sus rasgos eran más parecidos a los de las personas que a los de su propia especie. Además, caminaba erguido sobre dos patas, en lugar de agacharse y usar los nudillos de las manos como sería habitual. Era notablemente más inteligente y fácil de entrenar. Incluso realizaba tareas de limpieza ya que prefería estar en un espacio ordenado.

Pero a medida que maduraba sexualmente, su comportamiento se volvió más conflictivo y problemático. Cuando la situación se volvió peligrosa, los Berger decidieron venderlo a su abogado, Michael Miller.

Oliver fotografiado junto al Dr. Berger (izquierda) y Michael Miller (derecha)
Oliver fotografiado junto al Dr. Berger (izquierda) y Michael Miller (derecha)
Fuente de la imagen: Science Today

El simio como fuente de entretenimiento

Miller esperaba ganar dinero exhibiendo a Oliver y lo llevó de gira a muchos lugares, entre ellos Japón. Allí, el chimpancé resultó ser un éxito. Según la prensa, más de 26 millones de japoneses pagaron por verlo.

Sin embargo, incapaz de retenerlo por varias razones, el abogado lo vendió en 1977. Desde entonces, el chimpancé pasó por varios parques temáticos, centros de entrenamiento y hasta compañías de experimentación farmacéutica. Fue en una de ellas, Buckshire, en Pensilvania, donde estuvo nueve años encerrado en una jaula. La movilidad reducida del espacio le condujo a desarrollar atrofia muscular y otros problemas de salud.

En 1996, cuando el deplorable estado del simio se hizo público, los activistas animales increparon a la empresa. En consecuencia, lo trasladaron a un santuario de jubilación junto a otros 13 chimpancés. Allí vivió hasta el año 2012, cuando murió finalmente de viejo. Durante sus últimos años en este lugar desarrolló una conducta más pacífica, sociable y proactiva. Aprendió a ejecutar varias actividades y adquirió cierta autosuficiencia.

La objeción de la ciencia en el caso del ‘humanzee’. Oliver era un chimpancé común

Durante la mayor parte de su vida, el simio fue vendido al público como un humanzee. Un término que en realidad no existe para la ciencia. Algunos expositores y propietarios afirmaron que tenía 47 cromosomas, frente a los 48 del chimpancé y los 46 del humano. Todo ello para justificar y respaldar su concepto de híbrido, más una estrategia de marketing que un hecho probado.

De hecho, mientras estaba en el santuario, un genetista de la Universidad de Chicago analizó el ADN del humanzee y logró desmontar el mito que había durado décadas. Como era de esperar, Oliver tenía 48 cromosomas como cualquier otro chimpancé. Y su conducta humanizada no era única, sino una característica común en una subespecie de África Central. Los resultados fueron publicados en el American Journal of Physical Anthropology y finalmente cerraron el caso, desmintiéndolo para siempre.

COMPARTIR: