Hay un querer que no se describe con palabras. Que no se mide ni se entiende, solo se prueba y se come, se suda y se huele. Un querer intenso, pero que no sofoca. Protector, pero que no ahoga. Constante, pero que no hastía. Apasionado, pero que no domina. Ciego, pero que no ignora. Y confiable porque también respeta.

Hay un querer por el que se cruzan océanos, por el que se quita uno la corona y por el que se baja a los infiernos. Uno sincero y honesto, sin intereses ni pretensiones. Sin mentiras ni decepciones, sin promesas huecas ni frustraciones. Un querer que crece del honor y del respeto, de la balanza recíproca, de la simetría precisa. Uno que solo quiere, que quiere sin contemplaciones y sin caprichos, quiere libre y saludable, sin obsesiones ni egoísmos.

Es un querer que te despierta por las mañanas. Que alumbra cuando no hay luz y que calienta cuando hace frío. Da las buenas noches y construye la realidad de los sueños. Un alimento para el alma. Un querer que da sin pedir a cambio y sin pedir a cambio también devuelve. Que inspira, que motiva orgulloso, que aplaude y glorifica. Que dice la verdad. Jura lealtad sin balbuceos para después cumplirla. Para demostrarla y presumirla por delante y por detrás. En la más maravillosa luz y en la oscuridad más absoluta.

Hay un querer que vale la pena toda una vida. Que no se finge ni se manipula. Que sobrevive a las cenizas y que permanece, siempre permanece, a pesar de todo, a pesar de todos. Uno que pocas veces se encuentra, pero cuando aparece se hace notar y todo lo demás se ausenta. Tan inamovible, tan fuerte y tan recto, que no hay curvas peligrosas, no hay riesgos. No hay armas en el hombre ni poder en la tierra que lo cimbren, que lo corrompan. No hay mentirosos que lo encubran, ni hilos que lo manipulen. Un querer tan completo, tan impecable y perfecto, que no hay forma en que se ensucie. Ni quien lo transforme o desvirtúe. Uno que siempre estará ahí, resistiendo la erosión y las sombras. Sin quemarse ni deshacerse, deteniendo el tiempo y las horas, esperando verde y perenne, madurando en silencio, aguantando confiado a que llegue su momento.

Un querer que no se va, no se marchita ni se muere. Que deleita, que se goza y no lastima, porque si duele no es querer y si es querer no duele.

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