O seguinte artigo está escrito en galego, máis abaixo en castelán.
El siguiente artículo está escrito en gallego, más abajo en castellano.


Pasa que cando tes algo tan teu, tan propio, non comezas a recoñecelo ata que algunha cousa faite desprenderte delo. Cando levas case seis anos fóra da casa, da cidade, do país, do continente, sintes as verdades distintas. Coma se foran outras, coma se chas dixera outra versión de ti dalgún universo paralelo. Pero despois de todo, das choivas noutras terras, do vento e do tempo, acórdaste das cousas da vida.

Desas pertenencias tan fondas. Íntimas propiedades que se van gardando debaixo da pel, no sangue e no aire que se respira. E que son tan propias, tan túas, que parece que se esquecen se non as estás mirando fixamente. De súpeto coñeces a alguén que che pregunta, que ten interés neso tan teu. Que quere escoitalo e aprendelo. Entonces, ensínaslle todo o que sabes. Ensínaslle galego.

Pero que pode ensinarlle un bulebule a outro bulebule. Máis que palabras fermosas que van por descontado, palabras chocalleiras de lareta. Insultos que dirían outros, pero estas voces no galego non son para ofender. Son para sinalar ás lerchas, ós langráns e ós mexiriqueiros. Temos tantas formas de dici-las cousas que podería perderme nelas para sempre. Máis aínda dos deshonrosos, chamámoslles de todo mentras rimos compartindo un augardente. Somos pándegos e trouleiros de nacemento. De todo o que coñecemos facemos unha festa. Como A esmorga de Blanco Amor, pero sen fines raposeiros.

Neste idioma temos verbas para todo. E aínda que non recorde tan ben a lingua coma se estivera alá, lévoa no sangue e no ser. Podémonos rir dos moinantes, dos chaíñas e os barallocas. Palabras bonitas para os máis feos. E para os apoucados a favorita, remendafoles.

Son tantas as palabras e os recordos en galego. O diccionario do tempo. Cousas que trascenden se viaxas polo mundo e que prevalecen cando decides volver á casa.


Pasa que cuando tienes algo tan tuyo, tan propio, no empiezas a reconocerlo hasta que alguna cosa hace que te desprendas de ello. Cuando llevas casi seis años fuera de casa, de la ciudad, del país, del continente, sientes las verdades distintas. Como si fueran otras, como si te las dijera otra versión de ti de algún universo paralelo. Pero después de todo, de las lluvias en otras tierras, del viento y del tiempo, te acuerdas de las cosas de la vida.

De esas pertenencias tan profundas. Íntimas propiedades que se van guardando bajo la piel, en la sangre y en el aire que respiras. Y que son tan propias y tan tuyas, que parece que se olvidan si no las estás mirando fijamente. De repente, conoces a alguien que te pregunta, que tiene interés en eso tan tuyo. Que quiere escucharlo y aprenderlo. Entonces, le enseñas todo lo que sabes. Le enseñas gallego.

Pero qué puede enseñarle un travieso a otro travieso. Más que palabras hermosas que van por descontado, palabras burlonas de personas indiscretas. Insultos que dirían otros, pero estas voces en el gallego no son para ofender. Son para señalar a los sinvergüenzas, a los holgazanes y a los quejumbroso. Tenemos tantas maneras de decir las cosas que podría perderme en ellas para siempre. Más aún de los deshonrosos, los llamamos de todo mientras nos reímos y compartimos un aguardiente. Somos juerguistas y jaraneros de nacimiento. De todo lo que conocemos hacemos una fiesta. Como A esmorga de Blanco Amor, pero sin finales maliciosos.

En este idioma tenemos palabras para todo. Y aunque no recuerde tan bien la lengua como si estuviera allá, lo llevo en la sangre y en el ser. Podemos reírnos de los tramposos, los cobardes y los charlatanes. Palabras bonitas para los más feos. Y para los apocados la favorita, remendafoles.

Son tantas las palabras y los recuerdos en gallego. El diccionario del tiempo. Cosas que trascienden si viajas por el mundo y que prevalecen cuando decides volver a casa.

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