Cuenta la leyenda que en un recóndito pueblo del estado de Zacatecas, al norte del mapa mexicano, un par de buenos amigos se adentraron en una mina en busca del algún tesoro. Corrían los años ochenta y la mínima esperanza de descubrir un metal precioso era suficiente para lanzarse a cualquier aventura.

Después de varios días de preparativos e ilusiones, se embarcaron en su viaje hasta llegar a un monte apartado entre el municipio de Vetagrande y la capital homónima del estado. Allí encontraron una cueva, un yacimiento misterioso y angosto en el que reinaba una enorme piedra negra. Sin mucha cautela y sin haberla apenas analizado, la consideraron de por sí valiosa por su aspecto brillante y resplandeciente. Excavaron alrededor de ella durante horas y lograron extraerla de la tierra, acordando romperla y repartirla para venderla a un buen precio.

Con el pasar de los días y el retraso en su regreso al pueblo, comenzaron a extenderse los rumores. Los vecinos esperaban noticias con ansias, imaginándose quién sabe qué botines se encontrarían. Pero aún así, a pesar de los buenos deseos y las buenas esperanzas, los dos amigos no llegaban.

Las ilusiones pronto se convirtieron en preocupación y desasosiego. Cada vez había más inquietud e incertidumbre con lo que había pasado y algunas personas del pueblo decidieron salir en su ayuda.

Sin forma alguna de comunicarse, lograron a duras penas encontrar la misma cueva, a orillas de la ciudad de Zacatecas. Pero antes de investigarla adentrándose en ella, los vecinos se toparon con los dos hombres muertos.

No estaban muy lejos del acceso, más bien a unos cuantos metros, y el lugar y los cuerpos componían un escenario dantesco. Ambos tenían numerosas señales de violencia, golpes y desgarros profundos que desfiguraron retorcidamente su apariencia. Pero allí no había nada más. Solo ellos, la cueva y la piedra negra.

Los vecinos los trasladaron rápidamente al pueblo para velarlos y la piedra negra, ante el estupor y la incomprensión de la gente, quedó en manos de un insensato que se propuso para guardarla.

El tiempo pasó lento, denso como el aire cargado de aquel pueblo. Y las malas noticias volvieron más pronto que tarde, de la misma casa del custodio voluntario. A los pocos días de llevarse la piedra, el hombre cambió su temperamento. Se volvió agresivo, brusco e iracundo. Más enérgico, feroz e impetuoso. Según la leyenda, no tardó en matar a golpes a su esposa, para después quitarse la vida él mismo con la misma violencia.

Los pobladores, entre murmullos y especulaciones, culparon a la piedra de semejantes desgracias repentinas en un lugar en el que nunca pasaba nada. Con el mayor de los temores por acercarse, llamaron al cura del pueblo para exorcizarla y alejarla.

Desde entonces, la piedra negra se encuentra vigilada en lo alto de la Catedral de Zacatecas, muy próxima al campanario. Según cuenta la leyenda, cada vez que alguien trata de acercarse, la campana suena por sí sola en precautoria señal de alerta.

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