Si nos detenemos por un momento a analizar nuestro entorno, la naturaleza y el contexto en el que vivimos, nos damos cuenta de que el silencio realmente no existe. La ausencia total de sonido no es perceptible en ningún punto del planeta, ya que en todos los casos hay factores que, de una forma u otra, generan algún tipo de ruido. Ya sean animales, el soplido del viento, o nuestra propia respiración. El único lugar del mundo en el que se puede reproducir un silencio realmente fiel a su significado, es una cámara anecoica.

Una cámara anecoica es un espacio diseñado específicamente para absorber cualquier onda acústica o electromagnética de manera casi absoluta e íntegra. Cada una de sus paredes, incluyendo el techo y el suelo, están cubiertas de un material especial que aísla y opaca cualquier fuente de ruido. En consecuencia, es la emulación más aproximada al silencio absoluto que existe en todo el mundo.

Las características de la cámara anecoica

Muchos se preguntarán cuál es el aspecto de estas cámaras para que puedan ejecutar su función de manera correcta.

El objetivo del aislamiento de estos espacios es, concretamente, reducir lo máximo posible la reflexión del sonido. Para esto, están en primer lugar aisladas del exterior, evitando así la entrada de ondas sonoras desde lugares externos.

En el interior, todas las paredes están recubiertas de unas cuñas en forma de pirámide, fabricadas en materiales como la fibra de vidrio, que absorben el sonido y aumentan la dispersión de las pocas ondas que «sobrevivan» de forma residual.

Cómo funciona

Para entender el funcionamiento de la cámara anecoica debemos regresar primero a los principios básicos de la acústica.

El sonido se propaga a través de ondas en un medio material en cualquier estado: gases, líquidos o sólidos. En cada caso, esta propagación actúa de diferente manera, pero siempre manifiesta dos tipos de comportamiento al incidir sobre una superficie, la reflexión y la absorción. Algunos fenómenos que todos conocemos fruto del ejercicio de reflexión son el eco y la reverberación del sonido. La absorción, por el contrario, actúa disipando la energía emitida, en este caso ondas acústicas, al entrar en contacto con algún tipo de materia.

Entendiendo esta premisa, estamos listos para comprender el funcionamiento de la cámara anecoica. El único entorno en el que las ondas acústicas no pueden transmitirse es el vacío, la ausencia de materia. La cámara anecoica pretende emular este vacío a través de su composición, diseñada para absorber más del 95% de ondas emitidas.

Qué se siente al entrar en una cámara anecoica

Es difícil de imaginar cuál sería la sensación en una de estas cámaras una vez nos hacemos conscientes de que no conocemos el silencio tal y como lo concebimos. Solo los afortunados de acceder a estos espacios pueden revelar qué se siente al dejar de percibir repentinamente el sonido.

Según cuentan algunos experimentados, la sensación es más estresante de lo que parece. Aunque a priori podríamos imaginar un contexto de paz y tranquilidad, en realidad nadie ha podido soportar este silencio por más de media hora. De hecho, los expertos no recomiendan permanecer en una cámara anecoica más de este tiempo.

La razón es bastante sorprendente, y es que llegado un punto, el silencio absoluto puede generar alucinaciones.

Quien ha descrito la experiencia, describe cómo notan un zumbido extraño nada más acceder al espacio, parecido al que se genera al despegar en un avión con el cambio de presión repentina. Después de unos segundos, se empiezan a escuchar los fluidos del propio cuerpo, la corriente sanguínea, el corazón o el estómago. Llegando a casi la media hora, todos necesitan abandonar el lugar.

Grabación dentro de una cámara anecoica. El sonido que se escucha lo genera la propia cámara que está grabando.

Los efectos del silencio absoluto en el cerebro humano

Este cambio súbito de la percepción acústica y la repercusión sobre nuestra mente tiene una explicación. Nuestro oído está acostumbrado a recibir estímulos constantes de todo lo que nos rodea. Cuando entramos en una cámara anecoica, estos estímulos desaparecen inmediatamente, lo que genera un estado de alerta en el cerebro.

En ciertas personas, esta situación puede llegar a ser bastante hostil, aunque no genera el mismo resultado en todo el mundo. Algunos sienten cierta incomodidad, otros estrés, problemas de presión, mareos y, en los casos más extremos, alucinaciones.

Este tipo de experimentos pueden hacernos reflexionar mucho acerca del sonido, de cómo lo percibimos y de hasta qué punto lo necesitamos. Estamos rodeados de ruido por todas partes, en muchos sentidos ruido molesto, pero en otros, ruidos que nos mantienen cuerdos y tranquilos.

En el lado opuesto de este tipo de ciencia de la acústica se encuentran las cámaras reverberantes, que justo buscan el efecto contrario. Algo así como el sonido infinito. Todo un fenómeno digno de investigación, que no hace más que ponernos a pensar en las infinitas posibilidades de uno de nuestros sentidos más infravalorados.

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