Que no sea de otro quien pueda ser dueño de sí mismo

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Hay palabras que se dicen casi sin querer y acaban quedando en el recuerdo para siempre. A veces se convierten en dogmas de vida que seguimos a rajatabla, como si fueran una verdad absoluta. Como mínimo, son consejos sabios que nos gusta oír y leer, y nos hacen pensar.

La pareja injusta que exige la fidelidad que ella misma viola es parecida al general que huye cobardemente del enemigo y quiere que sus soldados sostengan el puesto con valor.

El trabajo moderado fortifica el espíritu y lo debilita cuando es excesivo. Así como el agua moderada nutre las plantas, y demasiada las ahoga.

El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender.

La ignorancia crea una felicidad falsa, mientras que la sabiduría nos hace percibir las tristes realidades.

Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento, ni bebido.

La victoria tiene muchas madres. La derrota, en cambio, es huérfana.

La sabiduría es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad.

La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no copiar su apariencia.

La única forma de no ser criticado es no decir nada, no hacer nada y no ser nadie.

El ignorante afirma. El sabio duda y reflexiona.

La habilidad de exponer una idea es tan importante como la idea en sí misma.

El sabio no dice todo lo que piensa. Pero sí piensa todo lo que dice.

La riqueza consiste mucho más en el disfrute, que en la posición.

Somos lo que hacemos de forma repetida. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito.

Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo suficiente.

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